Ir al contenido principal

Bomba: cuenta atrás.


Cuando te das cuenta de esa realidad, de ese deseo, de esa esperanza. Querer y darte cuenta de que no vives donde debes, de que tu mente y tu estpíritu son almas pertenecientes a otro mundo, a otra ciudad, a otro mundo y ambiente. De que tus palabras y tus ilusiones son las de una época pasada, olvidada y desaparecida.

Te preguntas ¿por qué estoy aquí y no ahí? ¿Por qué tengo que leer e imaginarme cosas que podría y debería estar viviendo? No quiero leer las experiencias de otros, quiero que sean las mías, no quiero llamar la atención por mis gustos anticuados o ya "fuera de uso" en esta época insesible y mecánica, dependiente de unos valores económicos y materiales. Ser romántico es aburrido, esperar una carta es aburrido, soñar es aburrido. NO.

Estoy harta de que la gente vaya corriendo por las calles estresada, o que vaya cabizbaja y perdida, sin saber a dónde va. No hablo de la gente, poca, casi nadie, que decide ir perdida, que decide en ese preciso insante no pensar en nada, no tener un destino, no depender de nada, ni del tiempo, ni de la gente, ni de las normas que nos ahogan a diario. Hablo de la gente que ya no sabe que existe esa posibilidad de disfrutar de la falta de orden, de programa o de un deber. Hablo de la gente que cada día piensa qué tiene que hacer al siguiente para sobrevivir, qué tiene que pagar, comprar o hasta qué película le han recomendado que vea.
No puede ya el mundo disfrutar cuando le plazca, cuando sienta la necesidad de descansar o de llorar en medio de la carretera sin que se le critique, juzgue o castigue. Se le dice que lo que hace es de locos, que no es lo correcto, que no es lo normal.... NORMAL. ¿Qué hay de interesante en lo que es normal? Qué hay de bonito en lo normal, ¿existe la normalidad? Por favor (no, no por Dios, ni por dios, ni por nadie o nada que no sabemos ni que existe ni que no existe), no hay una persona normal, no hay una persona que no desee algo, que en algún momento de su vida, aunque haya sido a sus 2 años o sus 22, no haya soñado con algo, que no haya tenido la esperanza.

Por desgracia la gente no se da cuenta ni cuando consigue soñar y disfrutar de su momento, de sus minutos, de sus no-minutos, de su rareza o de hacer lo que le gritarían que no es norma. Eso ocurre porque nos tienen encadenados, amortizados, esclavizados y cegados sin saber si quiera lo que se siente en esos momentos de alegría, de armonía, euforia o falta de presión. Nunca lo hemos ni nos han enseñado a apreciarlo.

Estando el otro día esperando en un centro de estética sí, un lugar increíblemente romántico y bonito (ironía para los menos espabilados, pero que pueden ser soñadores y estar pensando de otra forma, con la suya), estaba yo sentada esperando, leyendo mi libro de Poe. Entonces una señora a la que le estaban haciendo la manicura-pedicura como, según sus palabras, se lo hacían a su hija (señora de unos cincuenta años que por lo visto necesitaba o un atisbo de juventud en su cuerpo y por lo tanto en su vida, o que probablemente querría compartir algo con su hija ya crecida y que decide por su vida, sin depender ya de ella), me preguntó que cuántos años tenía, 18 contesté yo sonriendo, una señora muy educada y agradable. Entonces la esteticista empezó a preguntarme por mis estudios y demás con lo que yo conté un poco cual era mi situación, mencionando España y Madrid. Viendo que la señora no comprendía a qué venían esos lugares, le expliqué la razón por la que me encontraba en Atenas y mi vida en Madrid. Ahí simplemente comentó: Ah, ya me parecía a mí porque tu forma de vestir daba a entender que eras de fuera.

Sí señora, sí, al igual que un tal Γιάννης (Juan, John en otros idiomas) que me preguntó que de dónde compraba mi ropa, creo que no soy de aquí, no digo que no sea del mismo país o ciudad que vosotros, pero sí de otro espíritu, de otra mentalidad. Mi ropa no es de otro lugar distinto que el vuestro, de las mismas calles y tiendas, de los mismos precios y marcas (cosa que no tiene nada que ver para diferenciarnos), no es la ropa que llevo, no. Simplemente es que yo no me siento de vuestro mundo, no soy superior o inferior, simplemente distinta a vosotros pero parecida a otros, que en estos momentos no habitan en esta ciudad o país.

Y resalto: no sé de dónde debería ser o dónde debería estar en estos momentos, pero sé que no es aquí. Lo más curioso es que no deseo marcharme, creo que tengo aún mucho que aprender de mi vida en este lugar extraño a mí, en este ambiente diverso donde por alguna razón necesaria he llegado.
Puede que la lectura de algunas de las cartas que le mandaba el gran Joyce a su amada Nora me haya influenciado un poco, al ver que hace unos 104 años lo único que distingue a las personas es la rapidez y lentitud en la que transcurren las cosas, las relaciones y los pensamientos.

¿Será que al ser las vida más lenta, las personas tuviese más tiempo para reflexionar, soñar, pensar y ser románticos? ¿Será que con la falta de máquinas, la mente de las personas (hablo yo que escribo en un ordenador, qué ironía) tenía más libertad de volar y escapar, y por lo tanto de descubrir y crear?
Ya no hay poetas, artistas como los de antes... Ni los habrá, eso está claro por una simple razón: somos máquinas deprimidas y oprimidas, controladas por un mundo ficticio que nos da un ápice de felicidad en nuestras desgarradas sonrisas. Nos obligamos a disfrutar de placeres que no son reales, cuando lo más bellos no se compra, no se obtiene, existe por sí solo: la naturaleza.

Cuando un alma se cansa y la fatiga del día a día en el caos y ruido de la ciudad y rutina la tortura, en ese momento ¿cuál es el mayor regalo? ¿Cuál es la mejor forma de robarle una sonrisa? No, no robársela, no contra su voluntar, sino, ¿qué es lo que realmente podría hacerle encender esa llama que arde en los pechos de cualquier artista romántico y perdido?

Un gatito jugando con un una piedra por el ruido atrayente que provoca cuando roza contra el suelo, el cielo repleto de estrellas que nunca dejan de brillar, unos minutos de tranqulidad y armonía en un parque o montaña, mar o río sintiendo el latido de la vida y pureza.

No pertenezco a este lugar, al lugar en el que no me comprenden o comparten mi "rara" visión del mundo, mis pequeños placeres que van más allá de la canción más escuchada del verano. Pero no me voy, no me marcho: quiero observar.



[To be continued, como dicen. La mente no deja de pensar, la gente no deja de cambiar, el mundo no deja de rotar, o puede que sí. Por lo tanto esto no termina hasta que la mente deje de rotar.]



© Maria Nefeli Panetsos











Colette.