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Dispersas

Mmm...
¡Qué día tan precioso! ¡Cómo brillaba el sol esa mañana! Cuánta aurora cubría aquellos pétalos... El verano ha terminado, hace tiempo, pero sigo sintiendo esa brisa en mi cara, en mis mejillas sonrojadas al pensar en el sol. El sol que cada noche recuerdo, me visita en mis sueños y me hace recordar mis miradas y lagos llenos de sed. Sedienta me sentía ante el mar florado, lleno de pétalos brisados, el aurora los acariciaba cada mañana, como tus manos mis ojos, húmedos y brillantes, por tenerte a mi lado, por tenerte en tus ojos, por ver tu mirada en mí. Un paso, una mirada, supe tu vibración, supe tus manos cómo podrían acariciarme, supe tu melancólias canciones que, sin saber, llorabas cada noche, pensabas en la fatalidad de la vida, la distancia que se acercaba a nosotros, acechando, esperando, el momento oportuno, para sorpendernos, con una sonrisa, tras pocas gotas veraniegas sobre nuestros rostros. Sonreíste triste, te sonreí alegre, serena, tímidos, compartíamos nuestra tristeza, serenos nos mirábamos, dejando la ola del olvido y el futuro lejano, separándonos en ese mismo instante, bajo las florecidas caricias, bajo las miradas ensimismadas, en nosotros, en la realidad, externa, pero la más real realidad, interna. Una lucha de comprensión y sentimientos. Acabamos derrotados, abatidos, por una sonrisa.






Mientras buscaba mi rincón, donde llorar y volver a encontrar la pelota que había dejado rodar ante mí, sabiendo que al final de camino se encontraba la magia, la mágica forma de perderse en el infinito. Los objetos preciosos, difíciles de encontrar, pierden su magia, pierden su belleza cuando las lágrimas son las que cubren nuestros ojos. Son las que no nos permiten ver quiénes somos y cómo nos ve el mundo, cuando no vemos no podemos vernos, no entendemos dónde perdimos nuestra felicidad, nuestra niña que quiso jugar y volver a soñar con trucos de magia y polvos mágicos. Entre piel y seda, aprendió a interesarse por la sustancia, por lo esencial que marca nuestra piel. Esa piel que nos rodea cada día, nos aferra y rescata del mundo. Nos acoge en su dulce toque, nos acaricia sin desearlo. Nos besa y siente mientras pensamos, nos estremece y nos llama, nos grita, nos siente, nos tranquiliza. Mientras buscaba su final, encontró su escondite, entre detalles, entre puntos donde las cosquillas son la clave. Sin ellas, no se juega. Detrás de la magia, se esconde la piel. Detrás del amor, se esconde...
ella.